He trobat aquesta carta de Alberto Corazón i no m’he pogut estar de compartir-la. La carta original la podreu veure a la revista Visual. Crec que poca cosa he de dir més que us la llegiu amb calma i intenteu treure-li tot el prfit que pugueu.
Salut i reflexions!
Queridos colegas: un diseñador nunca se jubila. Aunque el mercado esté desapareciendo tan rápidamente como el respeto y el aprecio social por nuestra profesión.
A finales del siglo XX el diseño en España parecía estar superando ya la etapa adolescente para encarar el paso a la madurez. Las Escuelas de Arte incorporaban a un profesorado competente y profesional, aparecían nuevos centros de estudios y las universidades se planteaban desarrollar diferentes tipos de especialidades. Es decir, el diseño pasaría a ser una nueva disciplina del conocimiento y la sociedad demandaría los servicios del diseñador tanto para mejorar nuestra relación con nuestro entorno, en el más amplio sentido, como para crear una más responsable cultura del consumo.
Yo sigo creyendo que ahí está el valor de nuestro trabajo, o mejor dicho, estarán, porque esas esperanzas se desmoronaron arrastradas por el tsunami de la gran crisis financiera. Nuestro entorno se ha vuelto de pronto pobre y silencioso. Ni una sola voz gremial, de asociaciones o centros de diseño, se ha alzado ante el atropello chantajista de administraciones y empresas públicas y privadas. Fiscalidad, impagos, dilaciones infinitas de los cobros, apropiación fraudulenta del derecho de autor, concursos escandalosos, presupuestos y condiciones ofensivas… Lo preocupante no es la situación económica, que lo es, pero tenemos suficiente capacidad de adaptación a la realidad, lo preocupante es la arrogancia de la mediocridad de quienes deberían saber que el buen diseño es un servicio público. El buen diseño es un vector en los atributos de lo que llamábamos “calidad de vida”. El buen diseño necesita imperativamente de un buen cliente. Un cliente competente e implicado en el proceso. El trabajo del diseñador termina en un momento dado y, a partir de ese momento su futuro depende exclusivamente del futuro que sea capaz de darle el cliente. Esa es la piedra angular del proyecto. Una piedra que parece estar convirtiéndose en arenilla. No sé en la experiencia de otros colegas, pero en la mía, el nivel de los responsables de relacionarse con el diseñador, desciende año a año. En cualquiera de los sectores privados y públicos, la “cultura del diseño” está en el rango más bajo que he conocido en mi larga vida profesional. Y el comportamiento responde al axioma de que, en puestos de responsabilidad: cuanto más ignorancia más arrogancia.
Reacción que no parece extenderse a otros sectores, como por ejemplo en la arquitectura, que está casi en quiebra técnica. Pero lo que permanece incólume, a diferencia del diseñador, es la reputación del arquitecto. Esa pérdida es la que me crea un profundo desasosiego. Diseñar está dejando de ser una profesión para volver a ser un oficio.
Esa evidencia es lo que me ha llevado a replantear el ejercicio profesional. Dar de baja el estudio con otros profesionales y volver a ser un profesional liberal, como se decía antes, un consultor en diseño estratégico que puede organizar equipos de trabajo si las circunstancias lo requieren y si esa demanda aparece. Si no es así aceptaré el epitafio del inmenso poeta Gil de Biedma:
“En un viejo país ineficiente, algo así como España entre dos guerras civiles, en un pueblo junto al mar, poseer una casa y poca hacienda y memoria ninguna. No leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, y vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia”
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